¿Quién se iba a imaginar que en 2020 vivíriamos un confinamiento y uno de los momentos más duros y difíciles de nuestra historia reciente? El covid-19 nos ha cambiado la vida de manera radical: la forma de relacionarnos, la percepción del futuro, las prioridades… Nos ha recordado que la vida es muy frágil y que no siempre hemos valorado como se merecen algunas cosas que dábamos por supuetas: un abrazo, la libertad, la seguridad, poder reunirnos con los nuestros… Este enemigo invisible ha roto familias, ha llevado al límite a nuestro sistema sanitario y a sus grandísimos profesionales y nos ha obligado a ser más responsables y solidarios que nunca. Tres meses intensos, dolorosos, angustiosos y afixiantes, en los que también ha salido el sol y un sinfín de arcoiris. Porque dentro de toda esa oscuridad, también ha habido luz, esperanza y cosas buenas. Me niego a olvidar nada de este confinamiento, ni lo bueno ni lo malo. Me niego a hacer como si nada hubiese pasado o como si todo hubiese pasado ya.
Lo malo del confinamiento y por qué no quiero olvidarlo
Sin duda, lo peor de esos meses de confinamiento ha sido echar de menos. Todas las familias añoraban poder reunirse y abrazarse. Algunas dando gracias de que los suyos estuviesen bien. Otras muchas han vivido situaciones terribles con personas cercanas ingresadas en hospitales, sin poder estar a su lado. Incluso, algunas han tenido que despedirse, sin tener ese momento de ‘último adiós’.
Echar de menos a personas, pero también echar de menos la vida de antes, esa que creímos normal. Abrazar, paserar, reunirse, soñar y vivir sin tanto miedo y tristeza. La libertad, las calles llenas, los conciertos, los picnics, bares y restaurantes sin mesas vacías.
De repente, nos vimos encerrados en casa, porque era la mejor forma de contribuir. Del exterior, llegaban imágenes desoladoras, de hospitales desbordados. Estuvimos rodeados de una atmósfera de inseguridad, de una incertidumbre tan grande que hacía daño y de un pensamiento que se repetía constantemente “ya queda un día menos”. Y asomarte a la ventana a sentir el aire fresco era casi el único contacto con el mundo exterior. Pero sobrecogía la imagen de calles desiertas bañadas por un silencio imponente. Un silencio que se rompía a las 20 h, con los aplausos para animar a los profesionales sanitarios y de otros sectores que se estaban dejando la piel. Reconozco, que con el tiempo dejó de gustarme este momento. Me entristecía y me recordaba que estábamos viviendo una situación horrible.

Tirar la basura pasó de ser una tarea denostada a una de las más solicitadas. Sacar al perro nunca tuvo tanto sentido. Salir a comprar era como una actividad de alto riesgo. Colas para entrar, aforos limitados, productos agotados y una sensación de desconfianza absoluta, de esquivarse entre unos y otros, de estar deseando volver a casa. Porque casa significaba seguridad (aunque por desgracia no todo el mundo puede decir lo mismo). Eso sí, según pasaban las semanas, esas paredes empezaban a ser agobiantes.
Así que no, no quiero olvidar ninguna de esas sensaciones, pese al dolor que me causan. Todo esto me recuerda que hemos vivido una situación extrema y que hay que seguir siendo prudentes, porque no quiero volver a vivirla. Todo esto mantiene frescos mis aprendizajes, porque de lo malo se aprende y mucho. Todo esto me ayuda a no olvidarme de lo que realmente importa y de valorar cada simple detalle de mi vida. Todo esto me ayuda a asumir la fragilidad de nuestra existencia y a exprimir al máximo mi presente. Y más que nunca sé que lo que más importa es la salud. Sin ella, no somos nada.
Lo bueno del confinamiento y por qué tampoco quiero olvidarlo
Si hay algo bueno que he sacado de esta situación ha sido a centrarme solo en el presente. No pensar en lo que vendrá me ha dado paz mental. Por primera vez en mi vida he conseguido no imaginar mil opciones e ir día a día, afrontando cada adversidad que venga. Reconozco que al principio lo hice como un mecanismo de autodefensa, para sobrellevar mejor la situación. Ahora he conseguido interiorizarlo.
Ese presente ha estado marcado por todo el tiempo que he compartido con mi chiquitín. Para mí está siendo un auténtico regalo ver cómo va creciendo y descubriendo el mundo, y estar con él todo el día.
He aprendido tanto de él. Su nerviosismo por las noches que le impedía conciliar el sueño o sus noches toledanas, se compensaban con su sonrisa de cada mañana. Todos los días nos hacía saber que lo único que quería era estar con mamá y papá. Nos hemos disfrutado mucho como familia.
La infancia ha sido la gran olvidada. Sin embargo, nos ha dado una gran lección. Los peques lo han hecho tan bien, pese a haberles encerrado entre cuatro paredes y haber tirado al traste toda su rutina: su colegio, sus amigos, su carreras por la calle… Y encima han tenido que cargar con la creencia de que eran los grandes contagiadores de este virus. Tampoco quiero que esto caiga en saco roto. No podemos consentir que vuelva a suceder.
Sé que este post no será el que más visitas tenga o el más leído. Pero quería escribirlo para no olvidar. Este texto tenía que estar en mi pequeño rincón virtual, porque sé que ha sido una de las experiencias que más ha marcado mi vida.
Me encantaría leer todo aquello que no queréis olvidar de este confinamiento.
Nos leemos pronto y ¡hasta MAraMA!